La verbena de mi pueblo

PEDRO JOSÉ MARIBLANCA CORRALES

Aprovechando que llega su época en Españistán, he aquí unas pequeñas notas sobre las verbenas. Por Guzmán Marinegra Solares, en el libro Tiqqun y la cuestión del Bloom (Brumaria) de Pedro José Mariblanca Corrales –que acaba de dar fin con su segunda edición y cuya tercera edición vendrá revisada, ampliada y con alguna que otra novedad. Ahí van

LA VERBENA DE MI PUEBLO

Están las viudas, que combaten el dolor de haber perdido a la persona con la que han dado lugar a un conjunto molar de cosas. Los viudos apenas salen, reproducen muy bien lo que les ha sido enseñado…

Están, bailando sin parar, las bellas esposas que, a sabiendas de que su vida podría cambiar tras una conversación profunda, prefieren mantenerse en lo clásico y seguir siendo jovencitas, es decir, siendo lo enteramente decible; así como lo perfectamente predecible y lo absolutamente neutralizado (Tiqqun, 2001). Y, a pequeña distancia, en alerta, sus maridos, recelosos, sabedores de que no merecen lo que tienen –o sí, guardianes de un tesoro preciado y maltratado a la vez en este mundo patriarcal, personas en las que el capitalismo ha penetrado de forma peculiar –mezclando muy bien lo peor del pasado con lo más vil del presente– para crear un ideario extendido bastante curioso –que, parece, será la norma en el futuro…

Están aquellos cuya vida sólo ha girado en torno a un paradigma de ser y querer vivir, el ser y el querer vivir de la familia monoparental, abierta a lo ajeno pero dentro de un espacio acotado donde confluyen lo tradicional con gran parte de la producción –a todos los niveles– que el Poder enuncia, visibiliza y propaga día a día…

Están los jóvenes. Nosotros, la generación que nos precede y la generación que nos sigue, generaciones en el centro de la guerra a la paralización. Devenires en potencia casi límpidos y aun por explotar que se hallan en una ínsula a la que sólo llega el ruido espectacular de la máquina de matar que domina este mundo (Imperio lo llaman algunos), con el peligro que eso conlleva para mantenerlos suspendidos de por vida en la Historia. Jóvenes cuyos rostros están representados por diferentes formas-de-vida: los malotes, los chavalines que salen por primera vez hasta altas horas y comienzan a saborear las falsas mentiras que esconden la Verdad de la Noche, los politiqueros, los pijos, los moderrrrnos, los guays, los bakalas, los imitadores de perroflauta, los atrevíos, los tímidos, incluso la peñuki incomprendida…

Están quienes ligan, quienes siempre la lían, quienes van al pueblo para estar con la cuadrilla de siempre, los que se acercan expresamente a las ferias, los que se ponen hasta arriba para no morir por la verdad, los bebíos, los estúpidos, los que pasan del rollo pero marchan a ver qué se cuece al interior del monstruo. Gente variopinta, donde te lo puedes encontrar prácticamente todo, aunque no haya conciencia de ello…

Están las personas que luchan por mantener viva la tradición de su pueblo. Gente que va a la verbena «porque hay que ir a la verbena». Gente que lucha, pero no lo tiene todo para salir del impasse. Parece bloqueada, no ha sabido conectar el pasado con el presente y ha caído en las golosas manos del futuro. Quiere, pero no puede. Aunque es necesaria si empezamos a trabajar la ecología de nuestra tierra…

Y las personas mayores que aún se sienten jóvenes y bajan a la plaza del pueblo a recordar que están vivas y que todavía pueden ver que su genealogía está ahí, en la celebración del pueblo. Y los matrimonios de toda la vida, reproductores de toda una multiplicidad de elementos que retroalimentan a la máquina de guerra que nos domina, y los que bailan pasodobles, y los que se atreven con la salsa, y quienes se pegan la de dios padre, y los solteros que salen a reivindicar que ellos no son un fallo de fábrica…

Y gente muy maja, buenísima.

De todo…

Todos, tan juntos y tan separados a la vez. Todos, tan cerca y a la vez tan lejos de la magia del momento. Peregrinos ausentes que acuden a la plaza del pueblo, un espacio que, pensado de otra manera, podría devenir un campo de inmanencia peligrosamente potente. Pero la magia es maltratada con el sonido de los altavoces, el chorreo del alcohol que cae en el vaso con hielo, los bailarines de gimnasio, los trajes cabareteros, el humo, las luces, la separación en un entorno donde todo es Espectáculo. 1.000 personas, 1.000 seres-en-potencia que no se unen, sino que se mantienen distantes por toda una serie de dispositivos que operan para hacerles sentir dentro de un TODO que, sin embargo, es una completa NADA. La verbena en la plaza del pueblo, mancillada…

La verbena, un encuentro en la matriz de la que parte la fuerza del pueblo. Una amalgama de líneas e intensidades cuya fuerza para la acción es aún desconocida. Sus agentes se hayan perdidos en un mar de dudas donde el miedo a lo desconocido se ha impuesto a las ganas por vivir. En ella, aunque no llegan a penetrarse profundamente, las miradas se cruzan intensamente, por lo que la potencia del deseo y lo común está ahí. La cuestión, en este sentido, es hacer de la verbena todo lo contrario a lo que se nos propone con ella. Al ser un encuentro, hemos de ir en busca del agenciamiento inherente a él, movernos en ella huyendo a su lógica, haciéndola nuestra, interconectándonos, envenenándonos, mezclándonos para dar cabida a otros posibles. Y esto no implica dejar de bailar o dejar de disfrutar mientras la música suena. Se trata de prioridades, de ver qué queremos ser –¿espectadores o creadores?, de pensar acerca de la felicidad y hacerle un canto común de forma activa…

Llunts pel Sí…

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