La Televisión de Évole versus “Televisión” de Lacan, o el sufrimiento como mercancía
MONTSERRAT RODRÍGUEZ GARZO
Psicoanalista
Hay polémica en torno a un programa de televisión, Salvados, en el que el periodista Jordi Évole trata de informar sobre la depresión. Una presentación curiosa. Quizá en algún momento el señor Évole escuchó que la tristeza es una cobardía moral, enunciado que proviene de “Televisión”[1], texto que recoge una intervención de Lacan en la que trata de difundir la complejidad de lo que se articula en la relación cuerpo – afectos. Quizá este enunciado o supuesto similar animó al periodista a promover una serie de exposiciones verbales en las que lo que concierne al cuerpo y los afectos se da a ver supeditado al saber que la industria farmacológica ostenta y detenta, en términos éticos, mediante lo que podríamos designar como “Cátedra de Psicopatología, farmacodinámica y otros movimientos del pensar” (nada que ver con Wittgesntein, ¿eh?). Movimientos del pensar actual en torno a los menesteres del padecer humano y “su custodia”, dada la dimensión de pandemia con la que advierte o amenaza el sector industrial que trata de controlar las ventajas del sufrimiento del ser hablante. Cuestión de mercado, porque el sufrimiento no es mercancía baladí.
He de decir que agradezco la televisiva exposición de Évole ya que ha dado lugar a reflexiones, también expuestas, de los que nos ocupamos de pensar y tratar el malestar del ser humano, de saber de su consistencia, de su etiología y de los fenómenos que dan a ver sus manifestaciones desde los distintos ámbitos teóricos que construyen lo que define el campo de la salud mental. A modo de ejemplo de esta exposición, cito lo que sigue: “Salvados o la triste apología del electrodo”, escrito que Martín Correa – Urquiza publica en MIAH, Mad in America Hispanohablante, http://madinamerica-hispanohablante.org/salvados-o-la-triste-apologia-del-electrodo-martin-correa-urquiza/ .
El reduccionismo de un amplísimo sector de la psiquiatría contemporánea liquida la compleja causalidad del padecer humano en beneficio del significante “depresión”, acompañado de matices que indican epidemiología y grado, como si la experiencia del sentido del vivir fuera causada por la transmisibilidad vírico o bacteriológica o por oscuras causas que dan lugar a la desregulación neuroquímica, factores al fin que dejan al margen de toda responsabilidad al ser humano, sujeto del lenguaje: Lo dejan al margen de su capacidad de responder. Actualizaciones del totalitarismo fundado en la creencia de la utilidad general del poder, tal como lo propone Arendt, ante el núcleo mudo de la causa de la pérdida activada una y otra vez por lo que en la vida va faltando.
Ante una pérdida, cualquiera de nosotros ha podido observar respuestas similares y disímiles, sea cual fuere el objeto que la represente: un objeto afectivo, un bien moral, un bien jurídico como la dignidad o un bien material. La respuesta puede ser similar pero no idéntica, porque los efectos de cualquier pérdida nunca se experimentan al margen de la subjetividad. Sabemos que no se puede uniformar el duelo: cada cual hace como puede con los síntomas que acompañan a la experiencia de una pérdida. Sabemos también que el duelo no siempre es una posibilidad. Sabemos, al fin, que el dolor y el duelo no están al margen de la subjetividad; dicho de otra manera, de la relación del sujeto con el Otro, con el lenguaje.
No me acercaré aquí a la teoría del sujeto y de su necesaria articulación con las nociones de individualidad, identificación e identidad para pensar la posición subjetiva en relación a la pérdida porque no es el objeto de esta reflexión; pero sí recurriré a la mención del lugar creado para la radical desaparición de la subjetividad: el campo de concentración, fenómeno contemporáneo de cuya existencia dan cuenta “los anales de la historia” desde finales del siglo XIX, localizando el campo como consecuencia de la imposición de la ley marcial a la población civil, expansión del estado de excepción en los ámbitos bélicos a lo que no pertenece a las contiendas del poder. Esta difusión abre preguntas, entre ellas ¿qué consistencia tiene la unicidad de la respuesta ante un acontecimiento, único en su consistencia, al margen del sujeto?
Aclaro este “extraño” acercamiento que articula unificación y acontecimiento mediante una cita periodística[2], por mantener el contacto con las reflexiones sobre el padecer del ser humano en los mass media: “El 11 de abril de 1987, Primo Levi, el testigo templado y ejemplar del horror nazi, se despeñaba por el hueco del ascensor de su casa en Turín. Murió de una enfermedad contraída 43 años antes en un campo de exterminio llamado Auschwitz. No había podido superar la vergüenza por los ultrajes sufridos y no podía soportar la indiferencia de sus contemporáneos ante el sufrimiento del ser humano. Se sentía de más en un mundo que no había aprendido nada de lo que gente como él había vivido en los campos de exterminio”.
No todos los individuos responden de la misma manera ante la ignominia y la muerte. No todos sobreviven al campo. No todos los seres humanos se sostienen en la misma posición ante la vida. Actualizaciones del totalitarismo, de nuevo. Vigencias y expansiones del capitalismo cognitivo y financiero, tan precisamente arraigado en la mercadotecnia “fármaco-pornográfica” (evoco aquí a Paul Preciado).
Transcribo ahora un fragmento de ¿”Qué es un campo”, de Agamben, para ilustrar la causa de la condición expansiva del campo contemporáneo: “Los campos nacen, no del derecho ordinario (y nunca, como se ha podido creer, de una transformación y un desarrollo carcelario), sino del estado de excepción y de la ley marcial. Esto es todavía más evidente para los Lager nazis, sobre cuyo origen y régimen jurídico estamos bien documentados (…) Sabido es que la base jurídica del internado no era el derecho común, sino la Schutzhaft (literalmente: custodia protectiva), una institución jurídica de origen prusiano que los juristas nazis clasifican a veces como una medida de policía preventiva, en cuanto permitía “tomar en custodia” a individuos independientemente de cualquier comportamiento penalmente relevante, únicamente con el fin de evitar un peligro para la seguridad del Estado”.
¿La seguridad del Estado? La Guerra fría abrió otros campos, entre ellos el campo de la neuroquímica, unificaciones que están a la vista de cualquiera que se pregunte algo en torno a las dinámicas de lo que se puede ver en el núcleo de cualquier territorio. Los núcleos duros de los mercados duros, aquéllos que se alimentan del sufrimiento y de la impotencia de los seres humanos. Campos discretos y evidentes, como todo campo.
Para cerrar esta nota haré una brevísima mención de lo que propone Lacan a propósito del pensar la consistencia de la tristeza en la “Televisión”, que no es la de Évole. La “Televisión” de Lacan recorre la episteme de la tristeza desde la escritura de Platón a las reflexiones de Santo Tomás, de Dante o de Spinoza entre otros pensadores cuya reputación intelectual es incuestionable, y la recorre para pensar clínicamente la consistencia y la fenomenología de un estado del alma, la tristeza, que a veces se presenta como el mayor obstáculo ante el deseo de vivir. Presencia de lo que paraliza, índice del eterno retorno constituido de angustia y de impotencia ante la posibilidad de amar.
La tristeza, respuesta moral ante las pérdidas de la vida, incluso en la insondable oscuridad de la melancolía, es un estado del alma y está sujeta a la relación del ser hablante con el Otro, siendo esa relación la que determina los estados de dolor y la insignificancia del sinsentido de la vida que en tantas ocasiones, al carecer de significación, da lugar, y léase literalmente, a la muerte.