Objetos y fenómenos transicionales según Winnicott: análisis fenomenológicos
MARC RICHIR
(Traducción por Pablo Posada Varela)
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El objeto transicional como parteaguas entre fenomenología y psicoanálisis
(Breve introducción del traductor).
PABLO POSADA VARELA
Hemos decidido adelantar aquí una parte del material reunido con vistas a la futura publicación de una serie de textos de Marc Richir sobre la temática de la fantasía y la afectividad. La parte de esa futura publicación que aquí ofrecemos obra también como una suerte de eco anticipado de lo que será una inminente publicación, en Brumaria, sobre la relación entre fenomenología, psicoanálisis y psicopatología en general. Nos referimos al importante libro de Joëlle Mesnil Fenómeno y significante. Sobre fenomenología, psicoanálisis y la cuestión de lo real en psicopatología, donde la figura de Marc Richir (presente en otras publicaciones de Brumaria) ocupa un papel fundamental. De ahí que, entre los textos relativos a la fenomenología richiriana de la fantasía (que conoce un interés creciente), hayamos elegido uno en el que Richir extrae las importantísimas consecuencias que, para una fenomenología del acceso a la realidad, tienen los conceptos de “espacio transicional” y “objeto transicional” elaborados por el pediatra y psicoanalista inglés Donald W. Winnicott. A decir verdad, el comentario richiriano de algunos aspectos de la obra de Winnicott oficia de auténtico parteaguas en la relación entre fenomenología y psicoanálisis y de eso trata, precisamente, el libro de Joëlle Mesnil: de toda una suerte de mutuas irreductibilidades, falsos solapamientos, englobamientos ilegítimos entre fenomenología y psicoanálisis, pero también de la posibilidad y oportunidad de una auténtica sinergia, irrenunciable si queremos captar qué es eso de vivir, de vivir como seres humanos.
Traducimos una parte (pp. 508-513) del Apéndice que cierra el monumental libro de Marc Richir Phantasia, imagination, affectivité (ed. J. Millon, Grenoble, 2004), a saber, la que corresponde al punto B) del § 7 titulado “Del objeto y de los fenómenos transicionales (Winnicott): El acceso a la realidad y su paradoja”. Expliquemos brevemente el contexto del punto B). En el punto A), titulado “El juego teatral según Husserl” (de inminente publicación en Eikasia) comenta Richir parte del texto nº18 del tomo XXIII de las obras completas de Husserl, tomo dedicado al recuerdo, a la fantasía y a la conciencia de imagen. En una parte de dicho texto se ocupa Husserl de describir la experiencia del teatro. Del comentario a ese texto de Husserl extraerá Richir el decisivo concepto de phantasia “perceptiva”, esencial para el sistema richiriano (para su “arquitectónica”, si retomamos el término, de cuño kantiano, que usa Richir).
El punto B), que aquí traducimos, tratará explícitamente de Winnicott y le servirá a Richir para aproximar el concepto winnicottiano de “objeto transicional” al husserliano de phantasia “perceptiva”.
El texto aquí traducido constituye un lugar estratégico de la obra de Richir toda vez que conecta la phantasia con la cuestión de lo real. Tener presente este aspecto de la phantasia evita muchos malentendidos relativos a la obra de Richir. Efectivamente, la primacía arquitectónica de la phantasia ha podido entenderse como una forma de darle la espalda a la realidad o a la efectividad cuando, en el fondo, constituye una manera más fundamental de entroncar con lo real; más fundamental que la percepción misma (entendida en el sentido de Wahrnehmung). La relación entre phantasia “perceptiva” y objeto transicional permite desleír esos malentendidos. La génesis, en el bebé, del acceso a lo real es, precisamente, lo que está en juego en el concepto winnicottiano del objeto transicional. Como si de una crítica de la razón psicoanalítica se tratara (i.e. de ciertos excesos del psicoanálisis, de su ilegítima pretensión de cubrir el todo de la experiencia), el texto de Richir muestra, con la ayuda de Winnicott, la parte del vivir, del experienciar inasequible al juego de las pulsiones, a las intrigas de la sexualidad. Se trata, precisamente, del espacio transicional (Winnicott), cercana, precisamente, al espacio de la fenomenalización (Richir), a su vez en estrecha connivencia con un “inconsciente fenomenológico” que conviene distinguir del “inconsciente simbólico” o psicoanalítico. Todo ello aparece con suma claridad a la luz de la interpretación richiriana de Winnicott.
Objetos y fenómenos transicionales según Winnicott: análisis fenomenológicos
MARC RICHIR
Traducción por Pablo Posada Varela
a) El objeto transicional: sus dificultades y su resolución
[508][1] El objeto transicional (trozo de lana, de tela, muñeco etc.), primera posesión no-yo (not me) del niño, constituye, según Winnicott (Juego y realidad, p. 134)[2], el “primer uso del símbolo por el niño” y la “primera experiencia de juego”. Entre sus características esenciales se cuenta el que jamás el adulto (y, en primer término, la madre) impugne dicho uso y dicha experiencia; no le preguntará al niño si se ha encontrado con ese objeto o si lo ha creado. Siempre según Winnicott, este objeto “es un símbolo de la unión del bebé y de la madre (o de una parte de la madre)”, acontecimiento que “puede ser localizado” por cuanto “ocupa un lugar en el espacio y en el tiempo”, “allí donde la madre se halla, a su vez, en transición entre dos estados: verse (en la mente del bebé) confundida con su pequeño y ser experimentada [éprouvée] como un objeto percibido”. “El uso de un objeto simboliza la unión de dos cosas ya separadas, el bebé y la madre, en un determinado punto del tiempo y del espacio en el que se inaugura su estado de separación” (JR, ibid., el subrayado es de Winnicott). Es lo que Winnicott interpreta asimismo en los términos siguientes: “estamos obligados a admitir que hay, en la mente del pequeño, o en su realidad psíquica interior, el esbozo de una constitución de la imagen del objeto. No obstante, la representación mental en el mundo interior sigue siendo significativa – o la imagen en el mundo interior sigue viva – merced al refuerzo provisto por la disponibilidad de la madre en tanto que personaje exterior (real) y separado, así como a su técnica de cuidados maternos” (JR, 134-135). En otras palabras, el bebé padece una “impensable angustia”, el traumatismo de una ruptura en la continuidad de su existencia (cf.ibid.).
Si tomamos las cosas desde este ángulo, es porque el propio Winnicott insiste de entrada en la primacía de la constitución del objeto transicional como aquello que supuestamente ha de abrirnos a los fenómenos transicionales, es decir, a los juegos con objetos. El estado que precede esta constitución es, según Winnicott, una suerte de estado “fusional” del bebé con su madre (con el seno materno) donde, toda vez que el seno adviene o se presenta en el momento mismo en que el bebé siente hambre, en realidad todo sucede como si este lo hubiese “creado”, en virtud de una suerte “alucinación” originaria, de tal modo que el seno formaría parte de sí mismo. En términos fenomenológicos husserlianos, aduciremos que dicho estado corresponde al estado primordial, donde no hay aún un sí-mismo propio – este sobreviene únicamente con la Stiftung interfacticial – y donde el seno, antes que una alucinación (término ambiguo), es más bien un “Phantom” en sentido husserliano, es decir, lo que Winnicott, por otro lado, y sin duda con mejor fortuna, denomina “objeto subjetivo”. Toda la cuestión del objeto transicional reside pues en el paso de lo primordial sin exterioridad (y por consiguiente también sin interioridad) a un estado de diferenciación entre una interioridad (groseramente llamada “psíquica”) y la exterioridad del objeto, exterioridad en la que empieza a despuntar lo real. Con la experiencia del objeto transicional, el niño tiene la primera experiencia del juego; ello significa que este objeto corresponde a lo que Husserl llamaba una phantasia perceptiva, y es esto, precisamente, lo que se trata, ahora, de comprender.
[509] Las dificultades son, a pesar de todo, notables. En primer lugar, no podemos admitir sin más que el objeto transicional sea símbolo (salvo, todo lo más, para nosotros, que nos esforzamos por comprender), y símbolo de la unión del niño y de la madre (en el seno), es decir, y como también nos dice Winnicott, imagen del seno, así se trate de una imagen aún en estado de esbozo [en amorce] en su constitución, como si el objeto transicional fuese una suerte de sustituto del seno materno. A decir verdad, no estaría ello demasiado lejos de lo que hizo que Freud equivocara la detección del objeto transicional, proponiendo lo que en nuestros términos llamaríamos la institución del chupeteo [suçotement] sobre la base de la succión [succion], caso en el que el objeto se halla investido por entero en la pulsión (oral). Por el contrario, insistirá Winnicott en que el objeto transicional desborda la pulsión como tal, la rebasa, y es precisamente este punto el que conforma el carácter revolucionario de su descubrimiento. Se trata pues de algo más complejo.
El elemento esencial, sin el cual el objeto transicional no podría ver la luz, descansa en la seguridad de la continuidad de la madre (“suficientemente buena”, según la expresión de Winnicott), en la permanencia de sus cuidados atentos y afectuosos, en la fiabilidad de su asistencia. Es lo que, además, le permite al niño “estar solo”[3] en presencia de la madre. Ello supone que la Stiftung interfacticial entre la madre y el niño ya haya tenido lugar y, por lo tanto, que el sí-mismo del niño se haya situado en su aquí absoluto respecto del aquí absoluto de la madre, todo ello aconteciendo ya en el seno de fenómenos de lenguaje (sin que ello suponga, claro está, que haya lengua); fenómenos de lenguaje que, a su vez, ponen en juego a la phantasia y a apercepciones de phantasia. Así las cosas, una vez que la phantasia, al margen de lo que llamábamos “Phantom” en relación a lo primordial, se pone en juego, el objeto transicional puede surgir como phantasia perceptiva, es decir, como una de las apercepciones de phantasia que, en tanto que fragmento distinguido de uno u otro fenómeno de lenguaje, sigue desempeñando el papel de esbozo o comienzo del encuentro interfacticial. En ese sentido, tiene Winnicott toda la razón cuando dice que con el objeto transicional tiene el niño la primera experiencia del juego: este objeto es la propia madre (el seno) en el modo del “como si”, pero el juego acontece también originariamente delante de la madre y para la madre. Si el objeto transicional escapa de suyo a la captura pulsional, es la precisa medida en que el sí-mismo del niño que juega al juego no ejecuta ni una (cuasi-)posición de realidad, ni una (cuasi-)posición de sí mismo (imaginaria) en el fantasma. El error de Freud residió en “erotizar” por entero la relación madre/niño, en considerar al niño y a la madre como sendas mónadas pulsionales cuando, de entrada, la Stiftung interfacticial los sitúa a ambos en otro registro, el de los fenómenos de lenguaje (originariamente no posicionales), propios de la phantasia y de las apercepciones de phantasia (asimismo no posicionales), donde tanto un sí-mismo como el otro se hallan de entrada “alojados” en su propio vivir y su vivencia. Precisamente a este título cabría incluso decir que solo a partir del preciso momento en que la Stiftung interfacticial tiene lugar, será el propio seno, que ya es objeto transicional, el que pase del estado de Phantom u “objeto subjetivo” al estado de “objeto” percibido (perzipiert) por una phantasia perceptiva. Se desprende de ello que, en esa Stiftung, la base fenomenológica, como creemos, la constituye la phantasia (y por lo tanto el Phantasieleib). En la phantasia perceptiva del seno, la phantasia “experiencia” [510] el seno como otro aquí absoluto cuya atestación fenomenológica se halla en el objeto transicional. Ya hay juego (interfacticial) en el intercambio del seno y del objeto transicional, juego que distingue al objeto fantasmático (el Phantom) investido por la “pulsión” de lo que es “percibido” (perzipiert) por la phantasia. Es así que nos volvemos a topar aquí con uno de los elementos esenciales de nuestra elaboración fenomenológica.
No es, pues, aquí, necesario – puede llevar a confusión – introducir “simbolismo” alguno – a menos que le confiramos al término un sentido tan amplio que terminaríamos volviéndolo confuso. Por ponerlo de otro modo, la “elección” del objeto transicional no procede de su institución simbólica: la única institución simbólica aquí en juego es la de la interfacticidad, que es interfacticidad transcendental en la medida en que la madre puede jugar o desempeñar su papel ausentándose – incluso está ausente hic et nunc, en el juego con el objeto transicional, de igual modo que, por ejemplo, cuando escribo filosofía en el silencio de mi mesa de trabajo, los demás, de los que sólo algunos me son conocidos, y a los cuales me dirijo, están ausentes hic et nunc aun cuando estén, efectivamente, “ahí”, en mi pensamiento y en lo que escribo. También en este sentido no le faltó razón a Winnicott al constatar una continuidad entre el juego en el espacio transicional y la cultura. Precisamente en ese sentido: aquel en el que el o los objetos transicionales no son “imágenes” que figuran otra cosa o, mejor aún, en sentido husserliano, no son Bildobjekte para Bildsujets. La imaginación tan sólo desempeña aquí un papel parasitario – que es, en primer término, lo propio del fantasma –, y la phantasia, incluso en sus Perzeptionen, no es la imaginación. Precisamente de ello procede la posibilidad, en principio infinita, de la extensión del “espacio transicional” en los fenómenos transicionales. Son ellos los verdaderos mediadores de la realidad. He ahí el punto que debemos, ahora, estudiar.
b) Los fenómenos transicionales
Winnicott resume muy bien lo que entiende por el área del juego y los fenómenos transicionales al final del capítulo III de Juego y Realidad (JR, 72-74). Vamos a comentar este resumen punto por punto sin, por ello, citarlo de modo exhaustivo.
a). El primer punto se refiere a la “concentración” que precisa el juego infantil: “el niño que juega habita un área (scil. el área transicional del juego) que sólo con dificultad abandona”. Necesita, efectivamente, mantenerse en la no-posicionalidad de lo real y del sí-mismo, ponerlos fuera de curso, para mantenerse en el campo del “como si” que, sin embargo, no es directamente (sólo lo es para nosotros, que interpretamos desde fuera) simulación de otra cosa si se trata de veras de un juego y no de la “parte” jugada de un juego codificado por el fantasma.
b). Esta área del juego “está fuera del individuo, pero tampoco pertenece al mundo exterior”: ni el sí-mismo, ni la realidad están puestos, no se hace posición de ellos. Al no consistir en una simulación, el juego ni siquiera está ahí para suscitar una cuasi-posición de objeto imaginario.
c). En esta área, y “sin alucinar, el niño exterioriza una porción de sueño potencial y vive, con esta porción o muestra, en un ensamblaje de fragmentos tomados de la realidad exterior”. La expresión resulta bastante extraña pero comprensible. El niño no alucina, es decir, no vive en un sueño que tomara por real, de ahí que el sueño permanezca potencial. Eso quiere decir, en nuestros [511] términos, que el juego tiene lugar en la exteriorización de apercepciones de phantasia (“porción de sueño potencial”), que, a su vez, tan sólo puede tener lugar en phantasiai perceptivas de la realidad, reunidas en una temporalización (espacialización) en lenguaje. Este punto se halla desarrollado con todavía mayor precisión en el siguiente:
d) “Jugando, el niño manipula los fenómenos exteriores” – observemos que Winnicott no escribe: las cosas –, “y los pone al servicio del sueño (scil. de la phantasia), e inviste los fenómenos exteriores elegidos confiriéndoles la significación y el sentimiento del sueño (scil. de la phantasia)”. No se puede decir mejor, una vez más, que el juego infantil creativo no es otra cosa que un fenómeno de lenguaje constituido, entre otras cosas, por phantasiai perceptivas. Ello significa también – Winnicott volverá sobre ello en el punto “g)” – que la “manipulación” implica no sólo el Leib, sino también el Phantasieleib, el único capaz de insuflar vida a “los fenómenos exteriores” en el campo del como-si, de las apercepciones de phantasia, fuera o al margen de su posición como reales (o cuasi-reales).
e) “Existe un despliegue directo que va de los fenómenos transicionales al juego, del juego al juego compartido y, de ahí, a las experiencias culturales”. Efectivamente, como hemos visto, los fenómenos transicionales se encuentran eo ipso en el campo interfacticial transcendental. Ahora bien, hará falta, sin duda alguna, preguntarse si no se da aquí un abuso de generalización en el hecho de integrar en el “espacio” transicional todos los “hechos de cultura”. Si bien hay incontestablemente juego en ellos, podemos dudar, en efecto, de que puedan reducirse por entero a juego mediante “desarrollo directo”. Volveremos a ello cuando tratemos del acceso a lo real.
f) “’Jugar’ implica confianza y pertenece al espacio potencial, que se sitúa entre lo que fue, en un principio, el bebé, y la figura materna”. La “confianza” es, aquí, confianza en la continuidad, y debe ser asegurada por la madre, incluso cuando, en virtud de la Stiftung interfacticial, esta se “experiencia [expériencée]” en la phantasia, como otro aquí absoluto. Son necesarias la estabilidad y la continuidad de este último, a pesar de estar ausente hic et nunc, para asegurar la estabilidad y la continuidad del aquí absoluto del niño; un aquí absoluto que, por cierto, no existía como tal antes de la Stiftung interfacticial, que es Stiftung “hominizante”. Es ese sí-mismo, asegurado pero no puesto, el que habita “el espacio potencial”, el que vive sin hacer posición de sí mismo como tal dentro del fenómeno de lenguaje; el fenómeno de lenguaje es juego, y tampoco él está puesto como tal. Como hemos dicho, incluso cuando el niño juega solo, juega delante de y para alguien. No obstante, sí es requisito que ese “alguien” no sea traumatizante o traumático (la madre debe haberse “adaptado”, debe ser “suficientemente buena”).
g) El juego implica el cuerpo, no sólo en la medida en él se manipulan objetos, sino porque excitaciones corpóreas (que no proceden de las pulsiones: cf. infra el punto “h”), es decir, cinestesias del Leib y del Phantasieleib, pueden suscitar intereses muy vívidos: se trata entonces de un placer de la Leiblichkeit del todo indisociable, toda vez que nos encontramos en el campo de la phantasia, de la Phantasieleiblichkeit. Si hiciera falta seguir hablando aquí de Körperlichkeit y, en cierto sentido, hace falta hablar de ello puesto que la Stiftung interfacticial es también la del Leibkörper, habría que decir que, como parte comprometida en el juego, también está prendida en phantasiai perceptivas que, sin embargo, nada tienen, en sí mismas y a priori, de “erótico”.
Efectivamente:
[512] h) “La excitación corpórea en las zonas erógenas representa una continua amenaza para el juego y, al mismo tiempo, amenaza el sentimiento que tiene el niño de existir como persona. Las pulsiones constituyen la mayor amenaza para el juego y para el yo”. Así, la seducción es destructora de ese sentimiento y vuelve imposible el juego. Ahí – cabe decir – y sin entrar en los detalles de lo que jamás será otra cosa que una interpretación a posteriori y en términos de pulsion – términos tan vagos como equívocos –, es decir, ateniéndonos a lo que hemos defendido a propósito de las intencionalidades imaginativas de significatividades (sin el otro) del fantasma, este último toma la delantera, de suerte que esas intencionalidades imaginativas desbaratan el espacio transicional y potencial del como-si, ocultan la phantasia y sus apercepciones mediante los avatares y tribulaciones de la imaginación, junto a la o las Spaltungen que amenazan con expanderse en ese ámbito. Dicho de modo más sencillo, Winnicott sostiene con fuerza – será una constante durante toda su obra – que el juego y los fenómenos transicionales son, en sí mismos, independientes de las potencias del Eros. No todo es “erótico” en el niño pequeño, como tampoco lo es en el ser humano sano.
i) “El juego es esencialmente algo que produce satisfacción”, y ello, como indicábamos, de suyo. No obstante, puede el juego conducir – precisa Winnicott – “a un elevado grado de angustia”, sin que precise aquí cómo. ¿Es acaso a raíz de su posible reasunción o reefectuación ocasional en una estructura de fantasma o porque la ausencia de reglas que lo caracteriza comporta un riesgo de disolución en el caos (aparente) de la phantasia? Habremos de volver sobre estas cuestiones.
j) “El elemento agradable que comporta el juego implica que su despertar pulsional no sea excesivo”. Significa ello, para nosotros, que, como fenómeno de lenguaje, el juego constituye el péras del apeiron propio de la afectividad, y que precisamente en tanto que es un tal péras, del mismo modo que con Platón en el Filebo, provoca placer. En consecuencia, concebimos el campo (recortado por el fantasma) de dichas pulsiones como el apeiron de afectos dotados de un más o un menos, sin medida posible.
k) “El juego es en sí mismo excitante y precario. Esta característica procede no del despertar pulsional, sino de la precariedad propia del juego que se hace […] entre lo subjetivo (próximo a la alucinación) y lo objetivamente percibido (la realidad efectiva o compartida)”. En otras palabras, el campo de las phantasiai perceptivas es precario:
por un lado porque, a partir de tal o cual Perzeption de la phantasia, la Stiftung de la imaginación puede tener lugar, haciendo del “objeto percibido” (por la phantasia) en el juego, el Bildobjekt de un Bildsujet (por ejemplo, haciendo de tal o cual muñeca, la imagen directa de la madre o, hasta cierto punto, su “alucinación”, aunque no sea necesario ir hasta ese extremo; en ese caso, es precisamente el sí-mismo el que hace posición de sí para, correlativamente, cuasi-poner el objeto figurado en imaginación);
por otro lado porque el “objeto percibido” en el juego siempre puede, asimismo, convertirse en “inanimado”, es decir, ser percibido (y puesto) como objeto real (e incluso efectivamente real), lo cual implica al sí-mismo como sí-mismo efectivamente ponente. Así pues, el juego se enfrenta a una doble amenaza, la de lo imaginario y la de lo real, y cuando esta amenaza surge, surge también la aniquilación del juego en el conflicto (analizado por Husserl) entre lo imaginario y lo real, entre la imagen de lo vivo y la pura y simple cosa. La imagen de lo vivo puede, a su vez, verse prendida en el fantasma, al igual que la cosa, siempre que el conflicto se haya transformado, sin previa decisión, en clivaje. Es lo que, por ejemplo distingue el “uso” del objeto transicional del uso del objeto (fetiche) que, por ejemplo, lleva a cabo el perverso, según un ritual más o menos [513] fijado, y que resulta ser lo contrario del juego. Todo ello plantea, ahora, la cuestión del acceso a lo real desde el juego mismo. Responder a esta cuestión es la única manera de escapar al carácter demasiado robusto del principio de realidad freudiano.