El joven Marx ahora

CARLOS JIMÉNEZ

El título elegido por el director haitiano Raoul Peck para su película sobre Marx puede resultar meramente descriptivo de su contenido: las aventuras y desventuras de Karl Marx cuando era solo un joven revolucionario alemán sin  apenas relevancia política y teórica.  Y sin embargo dicho título- El joven Karl Marx–  más que un simple título es un enunciado o una fórmula hecha densamente cargada de connotaciones históricas que sobrepasan largamente los límites de una simple biografía de Marx. Al punto que puede considerárselo un enseña o un emblema distintivo de algunos de las más intensos combates ideológicos y políticos que se han librado en el seno de lo que ha llegado a ser el marxismo. El más reciente que yo recuerde tuvo como protagonista al filósofo Louis Althusser, para quien la expresión “el joven Marx” fue el nombre de la etapa pre científica del pensamiento de Marx,  la etapa de su formación y producción intelectual previa a la “ruptura epistemológica”, que habría de desembocar en la escritura de esa “crítica de la economía política” que es El Capital. Piedra sillar a su vez de una nueva ciencia: el materialismo histórico. Una ciencia por venir, en cualquier caso, por cuanto para Althusser dicha ciencia aún no había logrado constituir su objeto de investigación especifico. El trabajo de relectura de Althusser y de sus discípulos –, Alain Badiou, Jacques Rancière, Pierre Macherey et altri- agrupado en dos libros – Pour Marx y Lire le Capital – tuvo como pretexto la celebración en 1967 del centenario de la publicación del primer tomo de El Capital, pero debió su extraordinaria influencia a su inscripción  en una coyuntura política marcada por lo menos por dos grandes desafíos. El primero lo representaron los movimientos de liberación nacional posteriores a la Segunda Guerra Mundial – específicamente las guerras de liberación de Indochina y de Argelia, que afectaron tan profundamente la vida política e intelectual de Francia. Dos datos significativos: Regis Debray, discípulo de Althusser, marchará a Cuba tras la huella de Simone de Beauvoir y del Jean

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Paul Sartre autor del panfleto Huracán sobre el azúcar, y allí escribirá  Revolución en la revolución, un ensayo con un título con resonancias althusserianas que estará en la mochila de muchos de los guerrilleros latinoamericanos que en años 60/70 del siglo pasado intentaron en sus respectivos países emular la gesta revolucionaria encabezada por Fidel Castro en Cuba. Debray predicó con el ejemplo: se unió a la guerrilla del Che Guevara en Bolivia, donde cayó prisionero y fue condenado a largos años de presidio. Su ensayo, al igual que los movimientos guerrilleros que inspiró, tenía como uno de los blancos de su crítica a los partidos comunistas de entonces. Cuya conducta tanto en Francia como en Cuba fue por decirlo menos hostil con respecto a l Frente de Liberación Nacional argelino y al Movimiento 26 de Julio cubano. No podían siquiera concebir que pudiera existir un partido o un movimiento distinto de los comunistas capaz de dirigir una revolución.

El otro desafío de la coyuntura lo representaba la ruptura Chino-soviética desencadenada en 1957, que condensó en términos dramáticos e inclusive trágicos la creciente insatisfacción de diversos partidos comunistas del mundo con la dirección que el partido comunista de la Unión Soviética ejercía sobre todos ellos. El partido comunista español, incluido. Insatisfacción que se agudizó con la invasión de Checoeslovaquia por el Ejército Rojo en 1968. La relectura de Marx hecha por Althusser supuso una crítica apenas solapada al “marxismo leninismo” que había convertido en una escolástica el pensamiento de Marx y que, aunque acuñado por el estalinismo, seguía siendo la ideología oficial de una Unión Soviética que creía haber sepultado a Stalin definitivamente. Esta ruptura teórica con Moscú anticipó la realizada en términos políticos por el eurocomunismo: ese fugaz momento en el cual los partidos comunistas español, francés e italiano se pusieron de acuerdo en rechazar la dictadura del proletariado y en recuperar el lazo indisoluble entre socialismo y democracia que había proclamado la II Internacional. Querían actuar sin taras en el terreno de la democracia parlamentaria, asumida de nuevo y en los hechos como una forma estatal insuperable.

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La decisión de Raoul Peck de elegir para una película dedicada a Marx su etapa juvenil supone una vuelta de tuerca en esta historia. Es un regreso al joven revolucionario todavía ingenuo y no al Marx plenamente consciente autor de una obra como El Capital, que por lo demás ha sido  objeto de proyectos cinematográficos como los de Serguei Eisenstein y Alexander Kluge. Y performativos como el de Isaac Julien, quien en la pasada edición de la bienal de Venecia puso a un grupo de performers  a leer El Capital. Tiene desde luego antecedentes. El de Georg Lukács cuya reivindicación en los años 20 del siglo pasado de los Manuscritos económico-filosóficos escritos por Marx en 1844 formó parte de su defensa de la revolución bolchevique – esa revolución en contra de El Capital, que diría Antonio Gramsci- en contra de sus adversarios socialdemócratas de la época. Esos políticos parlamentarios que consideraban a Karl Kautsky, su teórico de cabecera, el albacea testamentario de Marx  y que condenaron a la revolución de rusa por ser poco más que un golpe de Estado. Lukács quiso enfatizar el vínculo indisoluble entre el Marx revolucionario y el Marx científico, entre el Marx dispuesto a empuñar las armas en las barricadas y el Marx analista riguroso que había logrado descifrar la anatomía y la fisiología de la “moderna sociedad burguesa”. Y al que habían querido convertir en un “adocenado liberal”- al decir de Lenin-  los líderes socialdemócratas que no creían en nada distinto ni practicaban nada distinto de la acción parlamentaria.

Peck apunta sin embargo en otra dirección. Su película no sale al encuentro de los comunistas y los socialdemócratas que aún quedan. Su objetivo son por el contrario los movimientos sociales surgidos en las dos últimas décadas – como Occupy Wal Street o el 15 M -, verdaderas revueltas contra el parlamentarismo. “No nos representan”-  es la consigna que condensó y todavía condensa una desconfianza profunda en el régimen parlamentario de muchos de los que se han movilizado en calles y plazas en protesta por las catastróficas consecuencias sociales de la gestión  neo liberal de la crisis económica más devastadora desde la desencadena por el crack de la bolsa de Nueva York de 1929. A ellos ha querido Peck mostrarles un Marx que comprende pronto que poco puede hacerse realmente si se carece de una

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organización y que habiendo elegido como punto de apoyo de la que tiene en la cabeza la Liga de los justos comprende que la misma no podrá satisfacer plenamente los objetivos del movimiento obrero si previamente no se libra de la influencia de los dirigentes que o bien se deben a la tradición cristiana de reivindicación de la pobreza y el amor al prójimo y la espera del Juicio Final. O no comprenden cabalmente la naturaleza del capitalismo contra el que están luchando- como era el caso muy destacado en la película y en la historia de Proudhom. Contra ellos el joven  Marx defiende la existencia de la lucha de clases y del antagonismo entre la burguesía y el proletariado. O sea las tesis que tomaran cuerpo de manera ciertamente memorable en el Manifiesto Comunista, escrito a petición de la que ya era una liga comunista y publicado en 1848.

Una par de comentarios adicionales. El primero: Los semblantes de Marx y de Engels que ofrece  Penck en su película son muy distint0s de los que ofreció de los mismos el realismo socialista. Su jovialidad no tiene  nada que ver con la adustez y la monumentalidad prusiana del conjunto escultórico dedicado a ambos que todavía puede verse en Berlín cerca de lo que fue el Palacio de la República, derribado recientemente con la intención de reconstruir el Palacio Imperial sobre cuyas ruinas fue erigido en pleno “desarrollismo” socialista de los años 60.  El de Penck es un docudrama que muestra cómo la vida de Marx  de entonces se asemejaba mucho a la de la bohemia  parisina de la época y desde luego al precariado contemporáneo, por mucho que carecieran de Internet y teléfonos móviles del que dispone este último. Y aunque Flora Tristán no aparezca ni tenga porqué aparecer en un filme que se ciñe a Marx y su entorno más cercano, lo cierto es que el influjo del feminismo se siente el tratamiento que Penck da a las mujeres. Jenny aparece más como una compañera que como la abnegada esposa de Marx y la amante de Engels se muestra como una apasionada líder obrera que, aparte de despreciar alegremente la moral burguesa, fue la guía que le permitió al joven hijo de un industrial alemán adentrarse en el mundo del proletariado sobre el que escribió el informe La situación de la clase obrera en

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Inglaterra, que sigue siendo un clásico y no solo de la historiografía marxista o materialista.

El otro comentario tiene que ver con la secuencia inicial de la película. La protagoniza la represión por la policía montada de una banda de campesinos que recolectaban leña en un bosque mientras una voz en off lee el vibrante artículo que Marx les dedicó y que fue publicado en la Gaceta renana, de la que era redactor. El hecho de poner en relieve este episodio me resulta un guiño a la investigadora Silvia Federici, cuya influyente relectura de El Capital ha puesto el acento en lo que en el mismo se denomina “la acumulación originaria del capital” y que consiste  en la expropiación por medios violentos de los medios de producción y de vida de los que disponía el campesinado antes de la irrupción del capitalismo. Y que sin embargo forma parte constitutiva del mismo, por cuanto es gracias a esa expropiación que los campesinos se vieron obligados a transformarse en obreros que no tienen más remedio que vender su fuerza de trabajo para poder sobrevivir. Tanto la secuencia como el artículo de Marx remiten a un momento histórico en el que aunque la privatización de los bosques europeos está muy avanzada  los campesinos defienden su derecho a recolectar leña en los mismos. Federici considera que la acumulación originaria no es asunto del pasado sino también del presente. Y su tesis es corroborada por el  vigoroso resurgimiento en nuestra época  de la defensa de la propiedad comunal  bajo dos formas. En Europa y América como defensa en general de los bienes comunes que aún quedan o que han sido generados en el curso del desarrollo del capitalismo como la salud, la educación, los medios de comunicación  de masas o el transporte público.  E inclusive el aire que respiramos. Y en el Tercer Mundo como defensa de selvas, bosques, páramos, arrecifes, amenazados de muerte por la explotación despiadada de lo que los propios agentes del capitalismo llaman “recursos naturales”.