Primeras páginas de La Inmanencia de las verdades (2018) de Alain Badiou.

ALAIN BADIOU
PABLO POSADA (TRAD.)

Ofrecemos, para los lectores de Brumaria, la traducción al español de las primeras líneas (y algunas partes de la primeras páginas) del nuevo libro de Alain Badiou, La inmanencia de las verdades (L’immancence des vérités), publicado en septiembre de 2018 (Ed. Fayard, Paris), y que cierra la trilogía iniciada en 1988 por El ser y el acontecimiento. Líneas especialmente concisas que dan fe de la madurez de un pensamiento que sabe ya perfectamente hacia dónde va y contra qué – y quiénes – piensa.

A esta breve entrega de Brumaria-Documentos seguirá otra, inminente, en que ofreceremos las últimas páginas de esta misma introducción general, donde Badiou hace un utilísimo recorrido por los cuatro momentos fundamentales de su obra sistemática (Teoría del sujeto, El ser y el acontecimiento, Lógicas de los mundos y La inmanencia de las verdades), explicando el lugar que ocupa esta tercera y última parte de la trilogía de El ser y el acontecimiento. Valgan, aquí y ahora, estas primeras líneas, extraídas de las primerísimas páginas de L’immanence des vérités, como aperitivo.

 Toulouse, a 3 de noviembre de 2018

 

 

Introducción general

 I Estrategia especulativa

¿Cuál viene siendo, desde hace ya una treintena de años a esta parte, mi estrategia filosófica? No es otra que la de establecer lo que llamo la inmanencia de las verdades. En otras palabras, la de salvar la categoría de verdad y legitimar que una verdad pueda ser:

-Absoluta, aun siendo una construcción localizada.

-Eterna, aun resultando de un proceso que, bajo la forma de un acontecimiento de este mundo, comienza en un mundo determinado, y pertenece, por lo tanto, al tiempo de este mundo.

-Ontológicamente determinada como multiplicidad genérica, aun estando localizada fenomenológicamente como grado de existencia máximo en un mundo dado.

-A-subjetiva (universal), aun exigiendo, para ser captada, una incorporación subjetiva.

Podrá decirse también: se trata de crear la posibilidad efectiva de afirmar  que las verdades existen como excepciones concretas universales; lo cual permite escapar al dilema de Kant, para quien o bien las “verdades” se limitan a ser modalidades subjetivas del juicio, o bien hay que acordarles una suerte de transcendencia.

El contexto polémico de esta estrategia consiste, como siempre, en una lucha en dos frentes. Por un lado, hay que intentar una crítica radical del dispositivo onto-teológico, cómplice, desde antiguo, de las religiones, y que salva las verdades a costa de una absoluta transcendencia del Uno, subsumiendo las multiplicidades finitas bajo la autoridad formal del Uno-infinito, a menudo denominado “Dios”. Esta crítica supone que, en la estela de Cantor, separemos lo infinito del Uno, sentando así que todo lo que es, no puede ser sino bajo la forma de un múltiple sin-uno. Con todo, no por ello concederemos – es el segundo frente – que se deban desabsolutizar todas las formas de lo múltiple, despegadas del Uno. No sacrificaremos el absoluto de las verdades en beneficio de un relativismo, a menudo lingüistiquero[1] o cultural cuyo escepticismo – que es esencia última – se embosca tras una suerte de democratismo vago del conocimiento y de la acción. En definitiva, la cuestión está en oponer una orientación de pensamiento genérico, para la cual, bajo ciertas condiciones, existen multiplicidades que pueden tener valor universal, tanto a una orientación transcendente, para la cual existe una garantía universal en la figura del Uno, como a lo que he denominado el materialismo democrático, para el cual la universalidad resulta una engañifa.

La tesis ontológica sub-yacente del materialismo democrático es la finitud: no hay más que cuerpos y lenguajes; absoluto y universalidad son conceptos peligrosos.

[…]

Llamaremos “ideología de la finitud” a una triple hipóstasis de lo finito. En primer lugar, lo finito es lo que hay, lo que es. Asumir la finitud procede del principio de realidad, que es un principio de obediencia: debemos someternos a las constricciones realistas de la finitud. Es el principio de la objetividad de lo finito. En segundo lugar, lo finito determina lo que puede ser, lo que puede advenir. Es el principio de restricción de los posibles: crítica tan débil como banal de las “utopías”, de las “ilusiones generosas”, de todas las “ideologías” tenidas por matrices de un imaginario destructor cuyo paradigma ha sido, durante el siglo pasado, la aventura comunista. Y, en tercer lugar, la finitud prescribe lo que debe ser, es decir, la forma ontológica de nuestro deber, y que, al fin y al cabo, siempre resulta ser el deber de respetar lo que ya hay, es decir, en líneas generales, el capitalismo y la naturaleza, lo cual supone – efectivamente, es este otro axioma de la finitud – que el capitalismo es fundamentalmente natural. Se trata del principio de autoridad de lo finito.

[…].

Una tarea importante de este libro consistirá en introducir a una crítica radical de la primera hipóstasis, la más fundamental, la hipóstasis ontológica que afirma la finitud de lo que hay y, en especial, de nuestro ser singular. Lo haré bajo una forma particularmente abrupta, en extraña consonancia – así se trate de su exacto opuesto, dado que excluye todo ser del Uno – con fábulas teológicas y creacionistas. Mi tesis es, efectivamente, la siguiente: Lo finito, lo tome uno como lo tome, carece de ser. Lo finito, que – decimos – no es, tan solo existe como resultado de operaciones que involucran[2] multiplicidades infinitas. O, dicho de modo más preciso, lo finito es, en general, el resultado del cruce operatorio de dos infinitos de tipo diferente (de distinta potencia).

Lo finito nunca es sino un resultado. Este enunciado, extirpado, creo yo, por vez primera, de todo contexto religioso – el que exige que humillemos nuestra finitud ante la infinitud divina que la crea e incesantemente la recrea –, recibirá, a lo largo de este libro, justificaciones racionales que harán oficio de prueba.

En tanto en cuanto es un resulta, mostraré también, pormenorizadamente, que lo finito tiene dos modos de existencia. Puede ser el resultado pasivo de operaciones en el infinito. Lo llamaremos, entonces, desecho [déchet]. En cambio, en la medida en que sea un producto activo de operaciones en el infinito, lo llamaremos obra [œuvre]. El paradigma de la obra finita, como opuesta a la pasividad del desecho, es, clásicamente, la obra de arte. Así y todo, se da un efecto de obra en todo procedimiento de verdad. En tanto que obra de verdad [œuvre de vérité], lo finito es la forma creada que reviste la acción de una infinitud sobre otra. Es la chispa que surge del frote localizado entre infinidades dispares.

Propondré, por último, un vuelco [renversement] de la máxima romántica. Sabemos que el programa del romanticismo estriba en recoger lo infinito en las redes finitas del amor, de la revolución o del arte, para así organizar – según el modelo de la encarnación cristiana – el descenso de la Idea a lo sensible. Mi visión de las verdades es más bien la de que estas usurpan, en el trayecto singular de operaciones infinitas, una finitud desconocida, cuya existencia hace las veces de ser[3]. De ahí que la esencia de lo finito resida en lo infinito. En este preciso sentido comulgo por entero con Descartes cuando declara que la idea de lo infinito es más clara que la de lo finito. Digamos, en cualquier caso, que su claridad es primera.

Mi posición es que más allá de la finitud moderna y de su crítica radical, el verdadero comienzo viene dado por la siguiente pregunta: ¿Qué ontología del ser-infinito puede afianzar la crucial distinción entre lo finito como desecho y lo finito como obra? ¿De qué absoluto, que revoque todo recurso a las varias formas de la transcendencia divina, procede el imperativo de acabar con lo relativo? Precisamente en ese punto empieza la larga marcha en que novedades radicales, singularmente matemáticas, y relativas al infinito, nos conminan – por darle de una vez el finiquito al destino de la finitud[4] – a convertirnos en sujetos de algunas verdades, que extraen su obra finita de la red efectivamente real de los infinitos entreverados, e inscriben esta obra en el registro de una forma de eternidad.

La trayectoria de este libro irá, pues, desde una crítica de la finitud, tenida por fetiche ideológico nodal de nuestro tiempo, hasta el examen del surgimiento concreto de determinados infinitos en los procedimientos de verdad de que el pensamiento humano se ha mostrado capaz, pasando por una teoría especulativa, tan completa como sea posible, del reino de los infinitos, cuya llave nos ofrece la matemática contemporánea.

Traducido del francés por Pablo Posada en nombre de Brumaria.

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[1]Langagier”. Recogemos aquí una valiosa sugerencia de traducción de Alejandro Arozamena, que se aleja de las traducciones lacanianas al uso (que prefieren “lenguajario”).

[2]Engagent”. “Implican” o “comprometen” también podrían acercarse a ser traducciones posibles.

[3]Tient lieu d’être”. Ocupa lugar de ser, detenta ser.

[4]Pour en finir avec le destin de la finitude”. Para acabar de una vez por todas con el destino la finitud, para darle la puntilla al destino de la finitud.