En defensa de Gustavo Bueno

EMILIO JORGE GONZÁLEZ NANCLARES
Expresidente de la Sociedad Asturiana de Filosofía

Nací en una ciudad minera, hijo de minero y ama de casa, estudié en un colegio de curas, de enseñanzas tradicionales a los que agradezco haber despertado en mí un cierto razonamiento ateo. La primera vez que tomé contacto con las clases de Gustavo Bueno, a las que acudía compatibilizando estudios y trabajo, quedé impresionado por las argumentaciones que desplegaba y la dialéctica inherente a los conocimientos que iba desgranando. Era una ventana al mundo real que se estaba abriendo ante mí. Bueno no dejaba indiferente a nadie. En aquellos años, los de una carrera que cabalgó en los primeros ochenta del pasado siglo, muchos de los que hoy lo prejuzgan, aún no habían nacido. Y parece que se condena el nombre desconociendo su filosofía, que es potente.

En sus clases se enseñaba a cuestionarlo todo, lo bueno y lo malo. Jugábamos a ser unos “aprendices de brujo” que no se creían nada porque todo tiene que ser argumentado, explicado, reflexionado, criticado y contrastado. Decía Gustavo que la filosofía, si es filosofía verdadera, tiene que ser crítica trituradora de todo, hasta que algo quede, si queda algo.

Gustavo Bueno destripaba el tiempo, en ebullición permanente, de la transición y criticaba sus contradicciones. Fue crítico con los ideólogos, con los demócratas y con los antidemócratas, porque si había algo que le perturbara era la asimilación acrítica de las ideas fáciles. Por eso luchó y murió. El pensamiento estructurado y fundado en el conocimiento es por definición incómodo y el profesor Bueno lo fue siempre. Porque al margen de su trayectoria vital individual, y los amores o desamores que concita, creó una herramienta poderosa, un sistema filosófico resistente, que impregna la trayectoria incluso de muchos de los que se alejaron de él por motivos personales y/o actitudes ideológicas coyunturales.

De nuevo en clave personal, en el año 2000 asumí la presidencia de la Sociedad Asturiana de Filosofía (SAF) y durante seis años tuvimos un espacio en la sede de la Fundación, lugar de la filosofía. Fueron años fructíferos para ambos. Bueno, con su erudición, impartía saber todos los lunes sin faltar uno, por muy enfermo que estuviese, demoliendo siempre los planteamientos fáciles del momento. Eran charlas abiertas largas y con amplias posibilidades de debate.

En la sede de la Fundación se relanzó la SAF promoviendo charlas, escribiendo y publicado libros, manuales y manteniendo la llama viva de la filosofía en los profesores de bachillerato.
Allí fue donde iniciamos, pioneros en el empeño, las olimpiadas de filosofía, que todavía hoy permanecen, extendidas al espacio educativo español. Fuimos los primeros en estos menesteres, gracias a colaboradores de valía que rompían la práctica habitual del aula para ir más allá. Sin desmerecer a otros, recuerdo especialmente a Laura Díaz, Marcelino Suárez, Javier González, Salvador Centeno, Manolo Gereduz, etc. Editamos tres libros de texto para la Secundaria, publicamos un boletín anual que se enviaba a todos los centros y bibliotecas, hicimos jornadas con proyección en los medios. Vivimos quizás uno de los grandes momentos de la SAF, recogiendo el legado de quienes tiempo atrás se habían atrevido a ponerla en marcha, empezando por nombres como Pedro Caravia, Alberto Hidalgo, Vidal Peña, Teófilo Martínez o Fernández de la Cera, entre otros, todos grandes defensores de la libertad del pensamiento crítico en momentos en los que nada fácil era. Cumplíamos aquello, tan de Bueno, de que en las aulas del bachillerato se hacía filosofía en serio. Una materia siempre amenazada por los planes educativos de uno u otro signo.

Incomodó, e incómoda ahora más, lo que algunos vieron como una deriva de la Fundación hacia posturas políticamente incorrectas, tachadas de antidemocráticas. Sin entrar en debates, que no es este el lugar, los fundamentos de la filosofía de Gustavo Bueno poco se pueden situar en un espectro concreto, por más que lo parezca o puntualmente se vislumbre que así es. Pero lo que está sucediendo ahora, con un ataque frontal a la existencia de la sede de la Fundación, es de un adanismo estéril, propio de quienes desconocen la larga trayectoria de un filósofo de incuestionable trascendencia. Es sin argumentos como los políticos surgidos en el entorno del 11M atacan una institución, que, aunque lejos de sus intereses puntuales, ofrece un programa de calidad como “ágora” revulsivo del debate. No se puede llegar a la política y pretender cambiar el mundo haciendo que todo el entorno se convierta a la corrección política marcada por quien en cada caso ocupe el gobierno local, máxime si fue un acuerdo unánime de esa corporación –con otro signo, claro está– quien decidió que la Fundación Gustavo Bueno se quedara en la ciudad en la que el filósofo vivió y murió, ejerciendo docencia y magisterio durante varias décadas.

Y para finalizar no quiero dejar de entrar al motivo por el cual, creo, que el grupo de Podemos pretende “ahogar” a la Fundación. Este no es otro que la asociación de algunos de sus colaboradores, miembros y ponentes mantienen con Vox, reconvertido en el “coco” de la antidemocracia. Cierto es que Santiago Abascal, líder de esa formación, ha dicho que Bueno ha influido mucho en sus ideas, e incluso que Gustavo Bueno, hijo, y rector de facto de la herencia de su padre, se ha posicionado con él. Pero que la unidad de España sea un vínculo, que lo es, entre el último pensamiento de Bueno y la ideología ultra de Vox, no implica que el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno represente una ideología totalitaria ni dogmática, pues el dogmatismo casa mal con el materialismo filosófico, que no es de izquierdas ni de derechas, sino de la verdad.