Daniella Bléjer Eder: Los juegos de la intermedialidad en la cartografía de Roberto

Bolaño. Madrid: Brumaria 2017 (Logaritmo Amarillo, 12). 184 páginas.

Los juegos de la intermedialidad parte de la tesis doctoral de la autora, Daniella Bléjer, graduada en la Universidad Nacional Autónoma de México en 2012. Bléjer propone la lectura de tres obras escritas por Bolaño, Estrella distante (1996), Los detectives salvajes (1998) y 2666 (2004), a partir de una estrategia cartográfica, que permite navegar coherentemente el universo narrativo del chileno Roberto Bolaño (1953-2003). A través de la intermedialidad, dicha cartografía traza líneas comunicantes con productos culturales existentes fuera del corpus narrativo. Los productos culturales investigados por Bléjer son la fotografía snuff, las caminatas tipo flâneur por ciudades de Latinoamérica a finales del siglo xx, la efímera vanguardia de primera generación en México denominada estridentismo, la vanguardia de segunda generación en Chile –con el grupo CADA y Raúl Zurita como imagen más visible–, los grupos de talleres literarios atomizados en México y, por último, la herencia barroca en las artes y retórica de América Latina. La consecuencia de la cartografía y la intermedialidad es el descentramiento narrativo. Porque la referencia clave para comprender una novela no yace en la novela en sí, sino fuera de esta. Ejemplo de ello es el tono y estilo de lo que Bléjer denomina género policial, para referirse al uso de “las crónicas policiales, el informe, la investigación judicial, los noticieros, la prensa amarilla y la investigación periodística” (p. 27) al que recurre Bolaño.
Bléjer deduce que la obra del chileno es un corpus de fácil lectura, pero difícil comprensión dada la cantidad de referencias intra y extra literarias necesarias para entender sus obras. La aseveración es todavía más válida si se considera que cuando Bléjer escribió la tesis y el libro sobre Bolaño –las décadas de finales del siglo xx y la primera década y media del xxi–, el auge del escritor y los estudios sobre él y su narrativa abundaron entre los latinoamericanistas.
De modo que discernir entre un análisis académico de largo aliento y uno que explicase solo momentáneamente el fenómeno Bolaño representó uno de los retos sorteados por la autora.
A juzgar por Bléjer, en la narrativa “devorar  asimilar lenguajes y medios artísticos, culturales y de información en Bolaño se puede pensar en oposición al recurso de la transmedialidad (…) propuesta por algunos movimientos de neovanguardia como el grupo CADA” (p. 28). La pugna entonces no solamente acontece entre los círculos artísticos en México. Bolaño parece tener un pie permanente en Chile, de donde se exilió. Esto extiende la intencionalidad de su narrativa más allá de México y da una perspectiva diferente al cuestionamiento sobre las limitaciones del libro como contenedor de discursos, al incluir al grupo CADA en el diálogo. Por otro lado, la aseveración de la académica permite notar la intermedialidad como fenómeno que modela el libro o el texto, y lo convierte en un medio capaz de canibalizar otros: adherirse a otros discursos, acompañarse y apañarse otros medios y otros productos culturales.
Sin embargo, un punto a cuestionar en Los juegos de la intermedialidad es justo la resolución de la narrativa de Bolaño como n gran cuerpo que resuelve los cuestionamientos lanzados al libro como objeto que contiene un universo en sí. Es decir, si el grupo CADA (entras otras iniciativas de vanguardia) intuía que el libro no podía contenerlo todo, es significativo que Bolaño afirmase lo contrario y que Bléjer contribuya a esa afirmación, a través del estudio de intermedialidad y cartografía.
Y expreso que es significativo porque (1) el sitio desde donde lo enuncian Bolaño y Bléjer es México, un país cuya relación con la primera y la segunda vanguardias poéticas ha sido más bien tímida –y ha tenido en cambio figuras entronizadas como Paz, como ejemplo simultáneo de vanguardia y canon–. Y (2) es significativo también porque al defender y explicar la postura de Bolaño, Bléjer dota a los bolañistas del arsenal necesario para asumir al autor como un renovador, cuando el uso de diversos géneros discursivos lo sitúa en la misma línea que los novelistas más clásicos como Melville, por ejemplo, cuyo momento histórico lo llevó incluir en la novela poemas, cartas y otros géneros.
Al proveer a los textos de Bolaño con una habilidad de mutación y cambio, Bléjer también allana el camino para pensar en las posibilidades del texto escrito como almacén de todo conocimiento –aunque la referencia sea intermedial–. Lo anterior contradice el pensamiento de las limitaciones de la escritura; también minimiza la batalla librada por la segunda ola de las vanguardias y de algunos artistas del performance por abolir la creencia de que el único conocimiento valioso cabe o termina en texto escrito –fijado por grafías u otros medios–. Bléjer observa en Bolaño “una renovación [del libro] como modelador de los demás géneros [literarios], medios y otros soportes” (p. 68). El resultado para ella es una narrativa intercontinental lograda y, hasta cierto punto, con un afán de abarcar toda una región. Preocupa sin embargo el consecuente sentido totalizador de un posible texto o conjunto de ellos y la reducción necesaria que otras artes y artefactos culturales sufren cuando son filtrados por el tamiz de la textualidad.
Otra característica en la narrativa de Bolaño sitúa al novelista como heredero de las caminatas citadinas de Baudelaire, a través de los ensayos de Michel de Certeau. Por eso, Bléjer afirma que “la retórica del peatón afecta al texto” (p. 95) en Los detectives salvajes. Si bien caminar por la ciudad es un referente de las actividades propias de quien vive inserto en la Modernidad –entendida como un momento histórico-ideológico que cambia el paradigma de vida de los seres humanos– Bléjer deduce que la performatividad de ese andar por la ciudad tiene varios puntos de contacto o influencias, vertidas en la narrativa bolañista: (1) la deriva situacionista –que consiste en encontrarse con otra experiencia citadina, a través de decisiones conscientes que cuestionan el imaginario cotidiano al transitar en las calles–, (2) la asunción del rol de flâneur, (3) el vértigo producido por la imposibilidad de coherencia –de tipo histórica, política, judicial, situacionista o surrealista– en una ciudad latinoamericana, cuya existencia es un cuestionamiento permanente a aquello que le permitió ser: la Modernidad misma.
La última característica de la narrativa de Bolaño se relaciona con estrategias propias del Barroco y el Renacimiento, como la écfrasis. Contrario a los entremeses Cervantinos o las obras de Lope de Vega, la écfrasis en Bolaño invita a una imposibilidad. A decir de Bléjer, en 2666 hay alusiones a referencias visuales que cuestionan o alteran lo que se percibe como real o cierto. La alteración llega al grado de “plantear el problema epistemológico sobre nuestra capacidad para percibir la realidad” (p. 147), tal como lo consigue el dubitativo narrador de 2666. Para Bléjer, la pregunta central de esa novela es cómo narrar sin distorsionar, porque Bolaño denuncia “la pérdida de la memoria histórica (…) y señala la imposibilidad de la sociedad contemporánea de crear una memoria crítica” (p. 159). La coherencia que permite tener memoria crítica y otorga sentido a la narración resulta consecuencia de la cartografía intermedial propuesta por Bléjer.
Lo interesante en Los juegos de la intermedialidad es cómo incluye el interés de Bolaño por la memoria, en contraposición con la historia/Historia. Es relevante porque esto lleva a pensar en el recuento de hechos como experiencia, y no como canon dictado desde una posición distante.
Asimismo, es interesante porque lleva a cuestionar la relación entre la Historia y la memoria. Al unir a esta última con una noción de espacio Bléjer acierta al orientar a los lectores en la lectura de la narrativa de Bolaño.
La lectura o navegación de Bléjer resulta una especie de piedra Rosetta, externa a la narrativa bolañista, que ciertamente refresca la incursión a las obras del chileno, pero no consigue que la narrativa misma –es decir, el universo contenido dentro de ella y solo eso– renueve la idea del libro y de la novela, como era la intención inicial del libro. Al contrario, la necesidad de una cartografía intermedial indica que Bolaño se lee y se entiende (mejor) con el acompañamiento académico. Ahora bien, esto no es negativo para Bléjer, sino lo opuesto: ella rescata un ejemplo narrativo que buscaba la renovación literaria por un camino bastante andado. Los juegos de la intermedialidad es un texto crítico necesario para quienes busquen indicios sobre la narrativa de Bolaño; quienes investiguen fenómenos de intermedialidad; y quienes consideran que el libro o texto fijo tiene aún posibilidades de cuestionar y renovar la perspectiva del contexto que lo rodea.

Alethia Alfonso-García
(Universidad Iberoamericana, Ciudad de México)

Fuente orginal: Revista IBEROAMERICANA Año XIX (2019). No. 70

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